Un clima pequeño entre los dos

Eligieron el camino largo porque él dijo que el corto parecía impaciente. La calle guardaba lluvia en las orillas, espejos delgados donde temblaban los semáforos. Él caminó del lado de la banqueta. Ella buscó las grietas secas, leyéndolas como líneas de una mano.

Se contaron historias como quien cambia monedas: ligeras, brillantes, no de las pesadas. Él contó la del maestro que silbaba entre los dientes; ella, la del gato que venía incluido con el departamento. Cuando él reía, la miraba a ella. Cuando ella reía, miraba la calle.

Un camión suspiró en la esquina. Él extendió la mano hacia la manga de ella—apenas un toque guía, una sugerencia sobre el charco—y frenó un respiro antes para que no fuera toque. Ella rodeó el agua sola, ya en otra parte de su cabeza. El cumplido que él traía le quemó el bolsillo; lo dejó ahí, calentándose la mano.

—El mes que viene —dijo, casual de mentira— hay algo en el museo. El de noche.

Ella sonrió como se le sonríe al clima. —Te va a encantar —dijo, y ese cayó como abrigo devuelto a su gancho.

Caminaron al mismo ritmo sin intentarlo. Él fue editando chistes, limándoles lo que pudiera enganchar. A ella se le encendió el teléfono; leyó el nombre sin que la cara cambiara de forma. El cruce hizo la cuenta regresiva. Él imaginó alcanzar su mano, como se busca un picaporte en la oscuridad cuando ya conoces la puerta. En lugar de eso, acomodó la correa de la mochila.

En su cuadra, los árboles se sacudieron lo último de lluvia. Ella señaló el cielo y dijo que siempre olía a monedas después de la tormenta. Él guardó el dato, como se guarda una dirección a la que no vas a ir.

—Estuvo lindo —dijo ella, y era verdad. Él lo supo. Saludó con una mano que podría pertenecer a cualquier década de amistad y dio el primer paso hacia atrás, manteniendo la distancia amable, cuidando no rasgar nada invisible.

Cuando ella se dio la vuelta, él la miró irse lo justo para convertirlo en elección. La calle conservó sus espejos. Se vio en uno—ahí, borroso—dos pasos volviendo a ser un solo par, y entendió sin drama que había caminado junto a ella, no hacia ella. El aire bajó un grado. En algún lado cambió una luz y nadie se apuró. Guardó el cumplido otra vez y cruzó con el rojo.

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