Montrose bajo aguacero

La lluvia cae sin prisa, como si Montrose necesitara enjuagarse de agosto. Las luces de neón se vuelven peces en los charcos; las bugambilias se peinan hacia abajo. Caminas por Westheimer con la chamarra abierta y el teléfono guardado: hoy no hay prisa por llegar, solo por quedarse.

Los cafés empañan sus vidrios; adentro, tazas que suenan a campanitas. Un mural de colores gotea lento y hace ríos pequeños hacia la banqueta. Un chico en patineta cruza como si la ciudad ya fuera suya; una señora con botas rojas mide los pasos entre paraguas como si contara música.

Huele a pan, a lluvia limpia, a gasolina recién confesada. Un gato se refugia bajo la mesa de una terraza cerrada. Te detienes en la esquina: verde, luego rojo, luego verde otra vez, y por primera vez en días no te desespera. La lluvia agrega una capa a todo—menos ruido, más ritmo.

Piensas en los mensajes que no respondiste, en la llamada que no hiciste, en lo que duele cuando el cielo se despeja. Aquí, ahora, duele menos: la calle te adopta por un rato. A lo lejos, alguien se ríe sin pedir perdón. Te metes a un café solo para ver caer el agua desde adentro; pides algo caliente que no terminarás.

El barista escribe tu nombre sin preguntar cómo se deletrea. Detrás de ti, una pareja comparte un paraguas demasiado pequeño y aun así les alcanza. Afuera, un coche levanta un abanico y por un segundo te empapa la nostalgia correcta: esa que no lastima, que solo confirma que estuviste aquí.

Cuando escampa un poco, sales otra vez. Montrose sigue mojada, brillante, más honesta. Caminas sin mapa, siguiendo las luces que se duplican en el pavimento, hasta que la ciudad te devuelve a casa con los cordones pesados y el corazón, por fin, liviano.

Previous
Previous

Montrose in the Rain

Next
Next

Light Milpa